martes, 21 de febrero de 2023

El triunfo de la ñoñería


Será porque la estupidez colectiva en la que estamos sumidos ha alcanzado un nivel intolerable de fetidez, será porque la triste y dolorosa situación familiar por la que estoy pasando me hace ver las cosas muy negras, o será porque nunca había visto a mi hijo tan indignado. Será por lo que sea, pero no he podido por menos de recuperar, no sé si excepcionalmente, mi querido blog y lanzar un munchiano grito al mundo.

 Fue precisamente mi hijo quien me dio la noticia. ¡Qué asco!, le oí decir. Y no es para menos: los libros de su infancia, los libros de su autor fetiche, los libros con los que él, sus hermanas y mi mujer y yo pasamos tantas horas tan gratas (ellos los leían y releían, y en nuestros viajes en coche, toda la familia los escuchábamos una y otra vez en aquellas cosas raras llamadas CDs), van a ser "adaptados" a los tiempos que algunos llamarán modernos, y que a mí me parecen puritanos y reaccionarios como hacía décadas que no veía el mundo.

Una joya ahora más valiosa que nunca

 Porque la gracia de Roald Dahl radica, en gran parte, en esa combinación de candidez y mala uva, en la creación de un mundo en el que los malos son feos, en el que la bondad se premia, en el que el egoísmo se castiga, y en el que, a pesar de todo ello, hay sitio para la sorpresa y la magia. Es un mundo que apela a ese anhelo que nos define como seres humanos y que dio lugar a los cuentos folklóricos: el anhelo de justicia. 

Aparte de horas de diversión, el niño encuentra (¿encontraba?) en Dahl consuelo ante las injusticias del mundo. En él veía cómo los poderosos son en el fondo más dignos de pena que de envidia, cómo la belleza externa no vale nada si tu corazón está podrido, y cómo no es el destino lo que marca tu vida, sino tus propias decisiones: está en tus manos ser bruja y buena persona.


Diría uno, pues, que la moralidad del Dahl infantil (luego están sus excelentes relatos no infantiles, pero eso es otra historia, a la cual se une el hecho de que el señor Dahl también tenía sus cosas, y su familia ha tenido que disculparse por ellas) es perfectamente compatible con una sociedad que promueve los valores de la igualdad, la justicia, la libertad y la ética, ¿no? Pues parece que, o bien hay algo en alguno de esos conceptos que rechina con las élites biempensantes, o bien es que utilizamos diccionarios diferentes.

El caso, para ir al grano, es que la editorial Puffin ha decidido reescribir (sí, esa es la palabra) los libros de Dahl con el fin de "retirar" de sus libros (¿no pensáis que este término, "remove" en inglés, es aún más siniestro que "eliminar"?) el lenguaje considerado ofensivo. Y a tal fin, ha contratado, ojo al dato, a "lectores de sensibilidad" para reescribir partes del texto y así asegurarse de que "todo el mundo puede seguir disfrutando de esos libros". 

Enorme

Las primeras víctimas han sido las palabras "gordo" y "feo", que han desaparecido de todas las nuevas ediciones. Así, Augustus Gloop, el golafre de Charlie y la fábrica de chocolate, ya no es gordo sino "enorme". La señora Twit ya no es "ugly and beastly", sino sencillamente "beastly" (desconozco cómo estaba traducido al español).

Pero a veces cambiar o retirar una palabra no es suficiente garantía de que nuestros niños vayan a ser dignos paladines de la ñoñez mundial. A veces hay que explicarles algunas cosas que, de otro modo, podrían conducirles a peligrosísimas conclusiones, y como Dahl no estaba por la labor, pues también hay que añadir tales explicaciones. Así, en Las Brujas, tras informarnos de que, bajo sus pelucas, las brujas son calvas, la nueva edición nos dice amorosamente que "hay muchas razones por las que una mujer puede llevar una peluca, y no hay nada malo en ello". ¿Qué es eso? ¿Oigo vuestras arcadas?

Os voy a lavar la lengua con jabón

Ya sé que nada de esto es nuevo. Mark Twain, Harper Lee y otros han sido víctimas de esta censura. Y sabemos también que gracias a ello desapareció el racismo en los EEUU. Así que admito que esta diatriba puede estar motivada por mis actuales circunstancias personales, y que quizá mañana vea las cosas de otra manera. Pero, joder, reescribir Roald Dahl...







viernes, 30 de septiembre de 2022

Elogio de la brevedad, o el escritor goteo

 

A mis alumnos les pido que lean tres libros en inglés a lo largo del curso. Les insisto en que al menos uno de ellos tiene que ser un libro "de verdad", es decir, un libro no abreviado ni adaptado para estudiantes de inglés. Para ello, les doy una lista con algunas recomendaciones, como por ejemplo Rebelión en la granja, que les recomiendo con fervor, Boy, de Roald Dahl, Wonder, o el clásico de novela gráfica Maus. Sin embargo, como al fin y al cabo sólo soy profesor de inglés, y no de literatura, no se me caen los anillos por incluir en esa lista algún bodrio como Los puentes de Madison County, posiblemente la peor novela jamás escrita. 

Pero hay un pequeño problema: ¿qué hacemos con aquellos a los que no les gusta leer, ni en inglés ni en español ni en la lengua de Rosalía? Pues la verdad es que mis dotes de persuasión deben de ser mejores de lo que pensaba, porque el caso es que muchos de ellos acaban haciendo una visita a la biblioteca de la escuela, para buscar o bien una de mis recomendaciones, o bien algo más acorde con sus exigencias. A saber, un libro delgadito y, a ser posible, con la letra bien grande.

Naturalmente, un criterio tan gaseoso tiene que tener consecuencias, la principal de las cuales suele ser el aburrimiento. Porque si no te gusta leer, el libro más corto se te puede hacer interminable. Puedo disculpar esa reacción con El viejo y el mar (sí, esa novela breve es demasiado larga), o Desayuno en Tiffany's (algún día tendré que releerlo; creo que a mí también me aburrió). Más imperdonable me parece que no aprecien La muerte de Iván Ilych (sólo por eso suspendí de curso a esa alumna), mientras que, dados sus gustos, me sorprende que La perla (sin la joven, por favor) suela parecerles más que tolerable.

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Pa' comérselos, tan delgaditos

En todo caso, yo también aprecio la brevedad en la literatura. Es cierto que los novelones de más de 600 páginas, por los que siento predilección, le permiten a uno introducirse durante unos días en el mundo imaginado por el autor, y que, cuando salimos de él, tardamos un tiempo en volver a la realidad, embargados por una mezcla de gustirrinín y vacío anímico parecida a lo que podemos sentir al regreso de un largo viaje. Sin embargo, esa misma extensión de la novela nos obliga a entrar y salir de ese mundo constantemente y hacerlo, con demasiada frecuencia, a destiempo. Así, nos despedimos de Natasha para poner la lavadora, David Copperfield nos avisa de que nos bajamos en la próxima parada, dejamos a Hans Castorp ahí tosiendo y nos vamos al Mercadona. Sólo en muy contadas ocasiones podemos hacer un viaje de ese calibre de un tirón. En mi caso, me ha sucedido únicamente con Obabakoak, cuyas quinientas y pico páginas me zampé un domingo de lluvia, feliz de sacrificar para ello mi sagrada siesta dominical. Eran, claro, años de pisito de soltero, sin pañales ni visitas al parque infantil.

Son obvias, pues, las virtudes de la brevedad: no sólo cumple uno fácilmente con el engorroso trámite impuesto por el profesor de inglés, sino que además nos permite leer un libro entero sin anuncios. 

Oh, esto está muy bien

El mundo está lleno de grandes novelas breves. Ahí están El Gran Gatsby, Bartleby el Escribiente, El Corazón de las Tinieblas, o las ya mencionadas de Orwell, Steinbeck o Tolstoi, entre unas cuantas decenas más. Sin embargo, no se me ocurren muchos novelistas breves. Quien más quien menos, todo escritor que se precie siente en algún momento la necesidad de escribir una GRAAAAN novela, quizá porque intuyen que en ese mundo maravilloso llamado la Posteridad las pagan a tanto el kilo.

Pero haberlos haylos, y uno de ellos es el guatemalteco Eduardo Halfon.

En las últimas semanas, he estado apurando al máximo el tiempo de lectura del que disponía, pues, en cuanto empiezan las clases, con su preparación, sus redacciones, sus reuniones y su estrés, los libros, breves y extensos, buenos y menos buenos, se alargan mucho. Y en ese momento, los libros del señor Halfon me vendrán de perlas, pues sólo en septiembre me he llevado al huerto, sin contar otras lecturas, hasta cinco libros de este autor: Monasterio, Duelo, Signor Hoffman, El Boxeador Polaco y Biblioteca Bizarra, no recuerdo ya en qué orden. No me extenderé sobre ninguno de ellos por dos razones: la primera, en aras de la siempre elogiable brevedad. Y la segunda, porque no sería capaz de hacerlo sin repetirme no una ni dos, sino quizá cinco veces. 

 Signor Hoffman, Eduardo Halfon (Libros del Asteroide)

Eduardo Halfon es uno de esos escritores que han decidido convertir su vida en literatura. En efecto, en estos cinco libros tenemos un narrador llamado Eduardo Halfon que se parece mucho al autor, y los relatos que componen El Boxeador Polaco o los textos, más cercanos al ensayo, de Biblioteca Bizarra, por citar un par de ejemplos, giran, en mayor o menor medida, alrededor de episodios (muy parecidos a los) de la vida del autor. Que esta vida no sea especialmente rica en acontecimientos no es óbice para hacer con ella buena, a veces muy buena, literatura. Tampoco la repetición casi obsesiva de algún episodio, como el modo en que su abuelo consiguió salir vivo de Auschwitz, menoscaba en mi opinión la calidad de su obra. Repetirse bien es un arte. No todo el mundo sabe hacerlo sin provocar un uf otra vez por parte del lector que hojea un ejemplar en la sección de novedades. Vila-Matas sabe. Murakami, con sus gatos y sus platos de fideos con jazz de fondo, no. Y Halfon, en mi opinión, lo hace muy bien (naturalmente, hay opiniones para todo: a David Pérez Vega le gusta tanto como a mí; a Tongoy, ni fu ni fa). 

En otras palabras: leo a Halfon sabiendo lo que me voy a encontrar, porque lo que me voy a encontrar me gusta.

Cómo actuar ante una lluvia torrencial

Tu Rostro Mañana

Los libros del recientemente fallecido Javier Marías, tanto los mejores como los menos logrados, con frecuencia nos presentan también a un narrador muy parecido a Javier Marías, que a lo largo de quinientas o seiscientas páginas nos habla de la traducción, de lo que se cuecen los dones de Oxford, de la imposibilidad de conocer la verdad, y de la pulsión de convertir los secretos inconfesables en historias. Seguro que se os ocurren muchos otros escritores que con un par de obsesiones te llenan media estantería (no, ni Dickens ni Tolstoi; poco XIX hay en ese club). Pero frente a ese tipo de escritor, que no sé si llamar torrencial, tenemos al escritor goteo. Halfon, espécimen perfecto de esta variedad, exprime, nunca mejor dicho, esas tres o cuatro ideas que vertebran la obra de prácticamente cualquier autor, y con el material que otros convertirían en novela de varios domingos y mantita, nos regala cinco o seis gotas que quizá algún día den lugar a una estalagmita.

Desde luego, Halfon no se repite más de lo que lo hace cualquier otro autor. Cambian los títulos, cambian las historias, queda ese aire a "libro de fulanito". Quién sabe, a lo mejor he soltado todo este rollo para descubrir que hay una cosa llamada "estilo personal". 

En definitiva, y por abreviar, me gusta Eduardo Halfon porque habla de su abuelo, de sus viajes, de su casi imposible judáismo, de sus lecturas, de sus cigarrillos, de su emoción ante el nacimiento de su primer hijo, de las visitas que hace a sus tíos, de sus clases en la universidad, de literatura, y porque su nombre me hace pensar en mi tía Alfonsa.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

De noche, bajo el puente de piedra



Nos dice la contraportada que De noche, bajo el puente de piedra es una "historia de historias, relato de relatos". Y seguramente lo es, pero no creo que sea la mejor forma de describir lo que es este libro fundamentalmente: una novela. Formada a base de relatos, sí, cuya relación entre unos y otros, por lo menos al principio, no es del todo obvia, de acuerdo. Pero el poso que nos deja al final es el de Novela. Extraordinaria, bellísima Novela. Con una mayúscula, simplemente porque tampoco es cuestión de ponerse a gritar.

De noche...transcurre en la Praga de finales del siglo XVI y principios del XVII, una época y lugar en los que mi ignorancia se siente como en casa y que resultan ser de lo más interesantes. Praga era a la sazón la capital del Reino de Bohemia, y había sido residencia de varios Emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. A pesar de ser, pues, territorio de fuerte tradición católica, el protestantismo iba ganando en aceptación, lo cual, unido a otras causas, desembocaría en 1618 en la Guerra de los Treinta Años. Antes de llegar a ella, sin embargo, Praga pasó por un período marcado por la inefable figura de Rodolfo II, Rey de Bohemia y Emperador del Sacro bla bla bla. 

El conocido retrato que hizo Arcimboldo de Rodolfo II

A este Rodolfo no le preocupaban demasiado los asuntos de la corte ni sus ramificaciones religiosas. Sobrino de nuestro Felipe II, Rodolfo era católico, y pasó sus años de formación en España, a pesar de lo cual su reinado se caracterizó por la tolerancia religiosa. Protestantes y, sobre todo, judíos podían vivir sin miedo, hasta el punto de que en aquellos años la vida cultural judía floreció en Praga como no lo había hecho hasta entonces. Baste decir que, a principios del siglo XVIII, en ningún lugar del mundo había tantos judíos como en Praga, donde representaban la cuarta parte de la población. 

A falta de interés en la política, la vida de Rodolfo II giraba en torno a sus grandes pasiones: las artes, la astrología y la alquimia.  Fue mecenas de numerosos artistas y científicos, y algunos de ellos, como Arcimboldo o Bartholomeus Spranger,  Kepler o Tycho Brahe, fueron acogidos en su corte. Tenía una notable colección de obras de arte en la que figuraban varios Durero y Brughel, y un célebre gabinete de curiosidades que incluía leones, tigres, águilas y osos.

Johannes Kepler y Rodolfo II

Muchos historiadores han achacado al aparente desinterés de Rodolfo por las cosas de palacio los desastres de su reinado, el más señalado de los cuales es la ya mencionada Guerra de los Treinta Años. Esa visión, sin embargo, ha cambiado en los últimos años, y ahora historiadores y biógrafos se inclinan por valorar su notable contribución al desarrollo cultural y científico del país, que ven como un factor clave en el desarrollo del Renacimiento en Bohemia. Esa mirada benevolente de los historiadores hacia sus filias se extiende también a sus fracasos políticos, que hoy se consideran más bien un loable intento fallido de crear un imperio cristiano unificado. 

Y diréis, ¿a cuento de qué la vida y milagros de este señor? Pues a cuento de que es uno de los protagonistas de esta soberbia obra literaria que es De noche, bajo el puente de piedra

La calle Rabínská, en el antiguo barrio judío de Praga

Aunque mucho menos conocido, otro de los grandes personajes de la época que se pasean por estas páginas es Mordecai Maisel (Mordejai Meisl en el libro), filántropo, prestamista y líder de la comunidad judía. A lo largo de su vida, el emprendedor Maisel llegó a amasar una inmensa fortuna. Su filantropía le impulsó a realizar obras de caridad, promover la construcción de hospitales, proveer de ropa a los más pobres, contribuir a la construcción de iglesias y sinagogas, y prestar dinero sin intereses a mercaderes en apuros. Es más, con el tiempo Maisel se convirtió de facto en el prestamista oficial de Rodolfo II, a quien prestó grandes cantidades de dinero a cambio de ciertos privilegios y oportunidades de negocio.

Siglos más tarde, Jakob Meisl (a éste le dejo el apellido como en el libro), estudiante de medicina y descendiente del legendario Mordecai, le cuenta todas estas historias a su alumno particular, que es nuestro narrador. En palabras de Meisl, ni los libros ni  los profesores son capaces de explicar los porqués y los cómos de la Historia, pues siempre dejan de lado el factor humano y el lado mágico de la vida. Así, por ejemplo, cuando los rebeldes bohemios perdieron la histórica batalla de Monte Blanco, ello no se debió a que tenían enfrente al conde Tilly ni al pésimo emplazamiento de su artillería, sino a que el caballero Peter Zaruba "no tuvo la sensatez de preguntarle al mesonero que le atendió: ¿cómo puedes ofrecer doce platos semejantes por solo tres gros? ¿Eso, amigo, es económicamente imposible! Y así perdió Bohemia su libertad y cayó en manos de Austria...".

Retrato de Mordecai Maisel

Las vidas de Mordecai y Rodolfo se cruzan en varios momentos, algunos de los cuales nos proporcionan unas páginas maravillosas. Como ya hemos dicho, Mordecai prestó grandes sumas al Rey, pero a estos dos personajes no sólo los unen los lazos económicos, sino que también hay de por medio una historia de amor cuyo origen y razón de ser sólo se nos revela al final del libro.

Estos saltos adelante y atrás en el tiempo, saltos que van desde la época del narrador hasta la infancia de un niño judío muy espabilado, pasando por la juventud de Rodolfo tras su regreso de la corte española y por las maquinaciones del chambelán Philipp Lang (otro personaje histórico que podría estar sacado de una película), dan una gran agilidad al relato y lo impregnan de misterio. A ello contribuyen también las otras grandes dualidades que nutren la historia. Así, De noche... se desliza por esa dimensión que se extiende entre el mundo de los sueños y el de la realidad, juega los conceptos de destino y azar, hace un esqueje entre un rosal y un romero, y toquetea los hilos que unen al mendigo más miserable con el emperador más sacro y más germánico.

Fotograma de El Golem (1920), de Paul Wegener

La novela, pues, está envuelta en lo que los gentiles con escaso conocimiento del misticismo judío podríamos definir como un ambiente cabalístico, que es otra manera de referirse al elemento mágico. De hecho, uno de los numerosos personajes históricos que vemos en la obra es el Rabino Loew, el destacado talmudista a quien la leyenda atribuye la creación del Golem, ese personaje de barro cuya misión era proteger a los judíos de Praga de ataques antisemitas y pogromos. En nuestra historia no hay golems, pero sí fantasmas, profecías, transmigración de almas o perros que hablan, pero mucho ojo, que a nadie se le ocurra hablar de realismo mágico. Por favor. Porque no.

De noche... es también una elegía al antiguo barrio judío de Praga, ciudad natal del autor. Si habéis visitado la ciudad, quizá os haya sucedido como a mí, que busqué en vano esas estrechas y oscuras calles del barrio judío, tan tortuosas ellas, por las que se paseaba el golem de Paul Wegener. Aquel histórico barrio, conocido como Josefov, fue en su mayor parte demolido entre 1893 y 1913, con el fin de hacer sitio a una remodelación de la ciudad al estilo del plan Haussmann que transformó París. De él sólo quedan en pie seis sinagogas, el viejo cementerio y el ayuntamiento judío, todos ellos parte del Museo Judío.

El barrio judío antes de su demolición. Los rincones tan kafkianos como éste ya no existen.

«A punto de concluir el siglo, cuando contaba quince años e iba al instituto —mal estudiante, siempre necesitado de preceptores—, vi por última vez el barrio judío de Praga, que ya no se llamaba así, sino la “ciudad de José”. Aún la recuerdo tal y como era en aquella época, con sus endebles casas apoyadas unas contra otras y casi en ruinas, con agregados laterales y delanteros que hacían las callejuelas aún  más estrechas. Esas callejuelas sinuosas y llenas de recodos que formaban un laberinto en el que me perdía irremisiblemente si no me andaba con cuidado. Oscuros pasadizos, patios sombríos, ventanucos y bóvedas como cuevas en las que los ropavejeros solían ofrecer su mercancía, pozos y cisternas  contaminadas por la enfermedad de Praga, el tifus, y en cada rincón, en cada esquina, una taberna en la que confluía el submundo de la ciudad.» 


Leo Perutz, nacido en Praga en 1882 de familia judía, fue una de esas mentes privilegiadas que fracasan en los estudios. Pese a un historial de resultados académicos mediocres, cuando no de expulsiones y abandonos, nos dejó, por ejemplo, además de libros tan magistrales como el que nos ocupa, fórmulas matemáticas que aún hoy se emplean en el cálculo estadístico. 

Trabajó en la misma compañía que Kafka, si bien en otra sede, y se relacionó con artistas de la talla de Kokoschka, Brecht o Werfel (de quien un día de estos hablaremos), entre otros. No tuvo, al igual que su imperial personaje, demasiado interés por la religión. Sin embargo, como para los nazis la falta de fe no era un atenuante, nuestro amigo decidió, ante lo que se le venía encima a Europa, trasladarse a Tel Aviv. Poco amigo del sionismo y de cualquier tipo de nacionalismo, no se puede decir que celebrara la creación del estado de Israel. De hecho, nunca llegó a sentirse a gusto aquel país e intentó repetidamente regresar a Austria. No fue hasta 1950 cuando el país que, como veíamos aquí, se consideraba víctima del nazismo le permitió volver y recuperar la ciudadanía austriaca. Pero no encontraría editor para sus cuentos, tildados de excesivamente judíos. 

Una edición en inglés muy bonita

Hay quien ve en la Praga de De noche..., publicado en 1953, una representación alegórica del holocausto y de la vida del autor. Personalmente, pese a haberlo leído dos veces seguidas (y las que vendrán), no he visto tan claramente dicha alegoría. Pero es que este libro tan rico, sugerente y hermoso merece tantas lecturas que vete tú a saber qué encontraré en él la próxima vez.


sábado, 9 de julio de 2022

Después del Reich, de Giles MacDonogh

 


Hoy inician los aliados las negociaciones. La radio escupe discursos, rebosa de las bellas palabras con las que nuestros ex enemigos se rinden mutuo homenaje. Yo únicamente entiendo que nosotros, los alemanes, estamos perdidos y entregados, somos una colonia. (Una mujer en Berlín)

Las guerras no terminan con la firma de la capitulación del bando perdedor. Continúan cobrándose víctimas de otra manera durante años, y a veces décadas. Si sabremos de eso los españoles.

La Segunda Guerra Mundial no es una excepción a esta regla. No concluyó ni con el suicidio de Hitler en su búnker ni el día en que Wilhelm Keitel firmó la rendición incondicional. Tampoco lo hizo con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Algunos dirán que empezó a acabarse en la Batalla de Stalingrado; otros, que el principio del fin llegó con Pearl Harbor y la consiguiente entrada de los EEUU en guerra; y los de más allá, que el final de verdad llegó casi cuarenta años más tarde con la caída del Muro. Pero viendo cómo está el patio, uno llega a la inevitable conclusión de que llevamos desde los años 30 en una guerra permanente que simplemente cambia de vez en cuando de escenario.

El mariscal de campo Wilhelm Keitel, acompañado de oficiales soviéticos, antes de firmar la rendición incondicional de Alemania

Sea como sea, la Historia necesita fechas, así que daremos por buena la del 8 de mayo de 1945. Poco, muy poco, sucedió aquella noche. Unos señores importantes firmaron un documento que estipulaba quiénes eran vencedores y quiénes vencidos. Y fijaos la relevancia que tiene la fecha que unos países celebran la victoria el 8 de mayo mientras otros lo hacen el 9.

 History

No pasa nada, dirá Giles MacDonogh. Lo verdaderamente importante abarca un periodo que empieza unos años antes (¿cuándo? Véase más arriba) y termina unos años después, en prisiones y patíbulos repartidos por Europa, así como a lo largo de una línea que empezó a dividir el continente en dos partes. Y a eso verdaderamente importante se dedica en este abrumador y apasionante libro al que va a resultar difícil hacer justicia. 

Después del Reich es un recorrido por un espacio y unos años que, hasta cierto punto, han quedado arrinconados y barridos bajo la alfombra de la Historia. Diríase que lo que vino justo antes fue tanto y tan gordo que no había espacio en los libros ni interés en los lectores para culminar el relato con un epílogo que sería cualquier cosa menos feliz.

Compra y venta en las calles de Berlín, octubre de 1945

Pero este epílogo de más de ochocientas páginas da para mucho, y aunque en ningún momento puede ser una lectura alegre, sí va más allá de una mera descripción de barbaridades y tribulaciones colectivas. Leyéndolo, recuerda uno en más de un momento esas viñetas satíricas de los periódicos de antaño, con estereotipos de diferentes países repartiéndose un pastel, sea África, Asia o, en este caso, Alemania. Se horroriza con los testimonios de violación sistemática de mujeres por parte del Ejército Rojo, crimen al que no fue ajeno el ejército aliado. Asiste a esa tragedia tan de nuestro tiempo, la de millones de desplazados, en este caso alemanes, que fueron atacados, humillados y expulsados de países donde llevaban viviendo desde hacía generaciones. Se asombra con el hecho de que la moneda más sólida y fiable de aquellos años no fuera el dólar, la libra ni el franco, sino... el paquete de tabaco. No puede por menos de sonreírse ante el papel de víctima que pretende (¡y consigue!) interpretar Austria. Se sorprende estrechando la mano de un campechano verdugo que tan pronto te sirve una pinta de cerveza como te ahorca. Se siente intrigado con el mito de los Werewölfe, que no eran licántropos sino nazis incapaces de asumir la caída del Reich. Y uno, en definitiva, disfruta como un señor bajito.

 

Soldados soviéticos camino de Viena pasan junto a la casa incendiada de un funcionario nazi

En un continente devastado, sembrado de cadáveres y ciudades arrasadas, quizá la imagen que mejor puede resumir la situación del escenario tras la batalla es la del caos. Un caos que hemos visto en los libros de Primo Levi y en las películas de Rossellini, un caos que hace aún más difícil dar respuesta a la pregunta fundamental que planea sobre el libro de principio a fin: ¿acaso era posible impartir justicia? 

Este libro no pretende excusar a los alemanes, pero no duda en poner en evidencia a los Aliados victoriosos por el modo en que trataron al enemigo en tiempos de paz, pues en la mayoría de los casos no se violó, mató de hambre, torturó o apaleó hasta la muerte a los criminales, sino a mujeres, niños y ancianos. Lo que documento y, a veces, cuestiono aquí es cómo algunos comandantes militares e, incluso, ministros de gobiernos permitieron a mucha gente tomar venganza; y el hecho de que, en muchas ocasiones, al ejercer su venganza, esa gente no mató a los culpables sino a inocentes. Los verdaderos asesinos murieron con demasiada frecuencia en la cama.

Tras la liberación de Dachau, estos reclusos se disponen, pala en mano, a tomarse su venganza. La inminente víctima es probablemente un kapo.

Nos cuenta el autor en el prólogo que, al visitar el monumento a la Primera Guerra Mundial en Berlín, observó que la inscripción había sido eliminada con un cincel. Los alemanes habían perdido el derecho a tener héroes. La conciencia de ser culpables de iniciar la guerra y haber cometido las atrocidades que conocemos llevó al pueblo alemán a aceptar con sorprendente docilidad la culpa colectiva. Se les iba a privar de derechos y de soberanía nacional. 

Quedarían a merced de los Aliados hasta que sus conquistadores hubiesen decidido qué hacer con ellos. Y, entretanto, no podrían protestar por el trato que se les daba.

 Entre estos presos que celebran la liberación, vemos al de la pala de la foto anterior

 En Gran Bretaña, al principio fue fácil respaldar esas intenciones, pues estaban en la línea de lo que desde hacía tiempo se conocía como vansittartismo. El vansittartismo, llamado así por Robert Gilbert Vansittart, diplomático británico y feroz germanófobo, era una doctrina que sostenía que, desde el siglo XIX, la agresiva política militar de Alemania había contado con el apoyo incondicional de la población, y abogaba, por tanto, por una Alemania permanentemente desmilitarizada y aislada políticamente para evitar futuras agresiones.

En mayor o menor medida, esta germanofobia continúa vigente en el Reino Unido. 

It's high time we stopped mentioning the war | Comedy | The Guardian

Una amiga inglesa de mi edad me dijo un día que jamás pisaría Alemania, por lo que hicieron en la guerra. Recuerdo algunos ingleses, alumnos míos de español, algo mayores, que decían cosas parecidas. ¿Se puede justificar esa actitud? Bueno, es difícil explicarle a alguien que vivió el Blitz en sus carnes que su germanofobia es un poco exagerada.

Pero no nos desviemos, que me conozco.

Otro acto de venganza tras la liberación de Dachau

El odio a Alemania y la sed de venganza contra el país se manifestó también al otro lado del Atlántico, donde Henry Morgenthau Jr., Secretario del Tesoro, presentó a Roosevelt un programa (las hojas de ruta todavía no existían) para la Alemania post-capitulación. El Plan Morgenthau, como dio en llamarse, ilustraba perfectamente el escenario que se le presentaba a Alemania: desmilitarización total, partición de Alemania "en cuatro estados de naturaleza casi totalmente agraria", desmantelamiento de la industria en la cuenca del Ruhr, y restitución y reparaciones en forma de trabajos forzados o confiscación de todo tipo de bienes fuera del país, entre otros. El plan fue presentado en 1944 y recibió el apoyo del presidente Roosevelt. Finalmente no se implementó, si bien su influencia, aunque fuera debida al rechazo que provocó, se hizo notar.

Soldados americanos ejecutando sumariamente a guardianes de Dachau. 

Se ha dicho miles de veces que la Historia la escriben los vencedores. Como muestra, un par de botones. En febrero de 1944, cuando ya se atisbaba el fin de la guerra, Churchill dijo ante la Cámara de los Comunes: "La rendición incondicional significa que los vencedores tienen carta blanca. (...) Si algo nos constriñe es nuestra propia conciencia de la civilización".

Puede que algunos consideren que las dos frases se contradicen mutuamente, pero es que en caliente se dicen muchas cosas. Unos meses más tarde, Roosevelt soltó lo siguiente: "hay que enseñar al pueblo alemán su responsabilidad por la guerra, y durante mucho tiempo deberían tener sólo sopa para desayunar, sopa para comer y sopa para cenar." Unos meses más tarde, media Alemania habría sido feliz simplemente con sopa para merendar.

Grupo de asalto soviético a punto de tomar el Reichstag

Mientras tanto, Francia y la URSS iban también a intentar sacar tajada. Francia exigía sanciones ejemplares para Alemania y reparaciones a gran escala en forma de carbón y coque. Al mismo tiempo, y pese al escasamente glorioso papel que jugó su ejército, buscaba su reconocimiento como gran potencia. Uno piensa en ese tipo que, cuando la pelea ha terminado, llega agitando el puño y gritando ¿dónde está, que lo mato?

Stalin, por su parte, "quería mantener las fronteras occidentales de Rusia tal como las había fijado el pacto de 1939 que él mismo había rubricado con Hitler". Debe de ser eso que llaman desnazificar.

El Teniente Coronel Felix L. Sparks intenta detener la matanza

Pero en ese sentido, el que esté libre de pecado ya sabe lo que tiene que hacer. El historiador Raoul Hilberg, por ejemplo, cuestiona la nobleza de la que los Aliados invistieron a posteriori sus objetivos: "la liberación de los supervivientes fue casi por entero un subproducto de la victoria. Los Aliados podían armonizar con su esfuerzo de guerra todo tipo de denuncias contra los alemanes, pero no estaban dispuestos a desviarse de sus objetivos militares para liberar a los judíos". Desde luego, no lo estaba la Unión Soviética, donde aún se recordaban los pogromos del Imperio Ruso y todavía estaba por llegar el Complot de los Médicos.

Ningún ruso me ha reprochado hasta ahora la persecución de los alemanes contra los judíos (Una mujer en Berlín)

Durante varios meses, el grito "¡que vienen los rusos!" se oyó de uno al otro confín de Europa, a veces con alegría, más frecuentemente con espanto. Con el ejército alemán en retirada, el avance soviético desde el este era imparable. Los rusos iban liberando ciudades, lo que en la jerga del ejército rojo quiere decir robar, saquear y violar salvajemente a toda mujer que se les pusiera por delante. 

Soldados del Ejército Rojo acosando a una mujer Alemana en Leipzig, 1945

Una de estas atrocidades tuvo lugar en octubre de 1944, en Nemmersdorf (hoy, Mayakóvskoye), donde los soviéticos violaron y asesinaron a decenas de personas. Hubo matanzas mayores, pero pocas alcanzaron la crueldad de aquella, que posteriormente fue explotada por el Ministerio de Propaganda de Goebbels. Los testimonios hablan de víctimas crucificadas sobre la puerta del granero, y las fotos que no publico muestran niños con el cráneo reventado. Naturalmente, no todo el mundo acepta la veracidad de dichas fotos y testimonios. Pero en cualquier caso, fuera o no exagerada y aprovechada por Goebbels, la matanza ocurrió, y en no poca medida contribuyó a ella el célebre escritor y periodista Iliá Ehrenburg. 

«Los alemanes no son seres humanos [...] No debemos hablar más. No debemos emocionarnos. Debemos matar. Si no has matado al menos un alemán en un día, has derrochado ese día [...] Si no puedes matarlo con una bala, mátalo con una bayoneta. Si tu sector del frente está tranquilo, o estás esperando para un gran ataque, mata un alemán mientras tanto. Si dejas un alemán vivo, él matará a un ruso, violará a una rusa. Si ya has matado a un alemán, mata a otro. Nada nos es más grato que un montón de cadáveres de alemanes. No cuentes los días. No cuentes los kilómetros. Cuenta solamente el número de alemanes que has matado. Mata al alemán, es lo que te pide tu abuela. Mata al alemán, es lo que te pide tu hijo. Mata al alemán, es lo que te pide tu patria. No lo olvides. No lo dejes pasar. Mata.»

Masacre de Nemmersdorf

Ehrenburg publicó estas incendiarias líneas en un panfleto titulado "Guerra", pero, como suele suceder con las cosas feas que hacían los soviéticos, muchos lo ponen en duda. No fue eso lo que dijo Ehrenburg, aseguran, sino que se trata de una burda manipulación por parte de los nazis, explicación que todavía hoy esgrime el invasor de turno ante las acusaciones de masacres de civiles. ¡Qué harían los sátrapas sin el comodín Goebbels!


 Después del libro de MacDonogh, he leído Una mujer en Berlín, testimonio anónimo de la vida en el Berlín tomado por los rusos, hoy convertido en un clásico. Cuando se publicó por primera vez en Alemania, en 1959, el libro cosechó tan acerbas críticas que su autora se negó a publicarlo otra vez mientras viviera. ¿Y a qué se debían esas críticas? Pues a que el libro enfrentaba a la sociedad con uno (en realidad, varios) de sus grandes tabúes: las violaciones en masa que sufrieron las alemanas durante aquellas semanas, a raíz de las cuales se calcula que nacieron 150.000 y 200.000 bebés "rusos". Por si eso fuera poco, desafiaba dicho tabú con un tono no sólo desapasionado, sino a veces incluso humorístico. Añádase a ello que el anonimato de ese título (compárese, por ejemplo, con El Diario de Ana Frank) dejaba bien a las claras que no se trataba de una historia personal, sino de una tragedia colectiva. En 1959 apenas habían transcurrido quince años desde aquel horror. Quizá la sociedad alemana no estaba preparada para reconocer su parte de sufrimiento.

A pesar de todo, las tres estuvimos muy divertidas, nos fuimos superando una y otra vez en lo relativo a los chistes sobre violaciones (Una mujer en Berlín)

 Adolf Hitler Nazi Germany Berlin World War II

Abril de 1945. La Cancillería del Reich. Hitler ve cerca el fin.

 Tras la cena desacostumbradamente opulenta me sentía apasionada y con ganas de travesuras. Pero por la noche me encontré de nuevo fría como el hielo en los brazos de Gerd. Me alegré cuando me dejó. Estoy echada a perder para el hombre (...) Si yo estaba de buen humor y me ponía a contar historias de las que nos tocó vivir durante las últimas semanas, entonces se montaba una buena, con muchas voces. Gerd: "Os habéis vuelto desvergonzadas como las perras, todas aquí en esta casa." (Una mujer en Berlín)


 Pero el Ejército Rojo no se dedicó sólo a violar, sino que se entregaron a la rapiña a todos los niveles. Así, tras el paso de los rusos apenas quedó un reloj en Berlín, tanta era la fascinación que aquellos objetos causaban a los soldados. Lo mismo sucedió con gramófonos o bicicletas, que no habían montado nunca. Aparte de objetos de uso personal, también arrasaron con las camas de hospital y con los raíles del tren, así como con monumentos e industrias y, ya puestos, debieron de pensar, con científicos, a los que secuestraban por decenas y se llevaban a la URSS.

En Praga, ciudadanos alemanes obligados por la Guardia Revolucionaria a desmantelar las barricadas

Mientras los berlineses, y sobre todo las berlinesas, sufrían entre las ruinas de sus casas, los millones de alemanes que vivían en otros lugares de Europa pagaban también su participación en la culpa colectiva.

Más civiles alemanes en tareas de reconstrucción

En un escenario político en el que la vileza está tan cerca de la heroicidad, uno de los personajes más interesantes es Edvard Beneš, el presidente de Checoslovaquia. Fue precisamente el gobierno en el exilio de Beneš quien organizó la Operación Antropoide, de la que hablábamos aquí. Dicha operación garantizaba a Beneš un merecido lugar en el Salón de la Fama de la Guerra. Lástima que luego decidiera estropearlo con sus vengativos decretos.


La humillación pública de los ciudadanos alemanes fue sólo una parte de la venganza.

Ya vimos en HHhH  cómo las gastaron los alemanes en Checoslovaquia. Por ello, es fácil entender que, al cambiar las tornas, la situación no se caracterizaría por una voluntad de reconciliación. "¡Ay, ay, ay, tres veces ay para los alemanes!, ¡vamos a liquidaros!", exclamó Beneš muy a lo Ehrenburg en una emisión de radio. De hecho, los Decretos de Beneš, que es como se conocen, resultan difícil de diferenciar de las Leyes Antijudías. Así, con el apoyo del Ejército Rojo y la vista gorda de los Aliados occidentales, se adoptaron medidas tales como las siguientes: los alemanes sólo podían salir a la calle en determinados momentos del día; estaban obligados a portar brazaletes blancos que, a veces, tenían estampada una "N", de la palabra checa Nemec, "alemán"; se les prohibía utilizar el transporte público o caminar por las aceras, y otras medidas por el estilo. Y, si una cosa ha demostrado la Historia, es que cuando estas decisiones están inscritas en un marco legal, las consecuencias prácticas son infinitamente más violentas.

Beneš, aclamado a su llegada a Pilsen en 1945

"...Una mujer auxiliar de la Wehrmacht fue lapidada y ahorcada; otro miembro de la SS fue colgado de una farola por los pies y quemado. Muchos testigos dieron fe de cómo se colgó y quemó a alemanes como 'antorchas vivientes', y no sólo a soldados sino también a chicos y chicas jóvenes..."

Los Decretos venían acompañados del Programa de Kosice. En dicha ciudad, ya liberada por el ejército soviético, se trazaron algunas de las principales líneas políticas, económicas y sociales que determinarían el futuro del país. En líneas generales, este programa, elaborado por el Partido Comunista de Checoslovaquia y definido con la siniestra combinación de palabras "programa de revolución nacional y democrática",  ponía al país de cara al este, de donde vendrían las instrucciones, las órdenes y, dos décadas más tarde, los tanques. Asimismo, subrayaba la culpa colectiva de los partidos de derechas, así como de las poblaciones alemana y húngara por la ocupación nazi de Checoslovaquia.


 Alemanes a la espera de ser expulsador de Checoslovaquia. Esas esvásticas en la frente...

Algunas de las medidas del Programa de Kosice eran el establecimiento de un sistema político basado en el Frente Nacional del que se excluía a la oposición, restricciones a la propiedad privada, la desnaturalización de los ciudadanos alemanes y húngaros residentes en el país, y la formación del ejército checoslovaco sobre los principios del Ejército Rojo, con la introducción de oficiales de propaganda. Ahí es nada.

Alemanes de los Sudetes obligados a ver los cadáveres de mujeres judías que murieron de hambre.

Para hacernos una idea de la magnitud de las expulsiones y los desplazamientos, baste decir que para el año 1947 los americanos habían recibido casi un millón y medio de solicitudes de alemanes checos para asentarse en su zona, con otros casi 800.000 acogidos por la URSS. Huelga decir que, aparte del drama humano, las consecuencias económicas para el país fueron desastrosas. Mientras tanto, la minoría suaba era expulsada de Hungría, y Rumanía y Yugoslavia se deshacían también de sus ciudadanos alemanes. 

 Königsberg Castle before World War I

El Castillo de Königsberg, en una foto anterior a la I Guerra Mundial

Con los desplazamientos de estos millones de ciudadanos, el mapa de Europa iba variando. Hoy la ciudad de Kaliningrado aparece en las noticias debido a la decisión de Lituania de aplicar sanciones a las mercancías rusas que pasen por su territorio. Y es que, si miráis el mapa, veréis que Kaliningrado es un enclave ruso que se encuentra entre Polonia y Lituania. Hasta 1945 se llamaba Königsberg, y había sido siempre una ciudad alemana. En aquel año fue destruida y anexionada por el Ejército Rojo, que a continuación utilizó a los civiles como mano de obra esclava antes de expulsarlos al año siguiente. También cayó Danzig, hoy Gdansk, si bien en este caso la ciudad fue reintegrada a Polonia, y sus ciudadanos varones de entre dieciséis y cincuenta y cinco años, enviados a trabajos forzados a la URSS.

 Albert Pierrepoint, con cara de no haber ahorcado a nadie en su vida

El concepto de culpa colectiva, como vemos, condenó a millones de inocentes. Y los verdaderos culpables no siempre recibieron el castigo que merecieron. Sin embargo, sí se intentó al menos. Hubo sumarios, juicios y condenas, y hasta el día de hoy cualquiera que estuviera implicado en las atrocidades nazis ha corrido el riesgo de ser obligado a responder de sus actos (aquí una noticia del 28 de junio de este mismo año). Con aquellas sentencias se consiguió dar a la retribución un aspecto más parecido a la justicia que a la mera venganza. No obstante, dado que la mayoría de las ejecuciones se llevó a cabo por medio de la horca y no el fusilamiento, se hizo necesaria la participación de un verdugo. Entra entonces en escena Albert Pierrepoint, hijo y sobrino de verdugos, quien, hasta su nombramiento como verdugo oficial, había combinado el trabajo en su tienda de verduras con su actividad como verdugo asistente. 

Josef Kramer e Irma Grese

Tras la liberación del campo de Bergen-Belsen y el proceso a los oficiales, Pierrepoint fue enviado a Hamelin, donde ejecutó a once de los condenados a muerte. Entre ellos estaba la infame Irma Grese, también conocida como "La hiena de Auschwitz" o "La bestia bella". Más adelante, entre 1948 y 1949 Pierrepoint llegó a ejecutar a más de doscientas personas, aunque no tuvo el "privilegio" de encargarse de los condenados en Nuremberg. Por algún motivo, ese trabajo recayó en un verdugo americano que, por lo visto, era bastante menos eficaz en la tarea. 


Irma Grese, con unos kilos menos, se dirige a su cita con Albert Pierrepoint

Otro de los insignes ejecutados del señor Pierrepoint fue William Joyce, más conocido como Lord Haw Haw. Joyce, miembro desde 1932 de la Unión Británica de Fascistas de Oswald Mosley y nacionalizado alemán en 1940, se hizo famoso por sus retransmisiones radiofónicas, que siempre empezaban con las palabras "Germany calling, Germany calling!". Sus retransmisiones, que contaban con el apoyo del Ministerio de Propaganda nazi, tenían como primer objetivo desmoralizar a las tropas norteamericanas, británicas, canadienses y australianas, así como a la población del Reino Unido. 

La última alocución de un audiblemente borracho Lord Haw Haw, 30 de abril de 1945

Su segundo objetivo era conseguir un acuerdo de paz entre aliados y nazis que dejara a éstos en el poder. Curiosamente, dado que en sus boletines informaba sobre el hundimiento de barcos y el derribo de aviones del ejército británico, muchos ciudadanos de este país escuchaban sus boletines con la esperanza de averiguar algo acerca del destino de sus seres queridos.

Lord Haw Haw, herido y arrestado por las tropas británicas

Ironías del destino, la popularidad de su programa y de su voz fue su condena. Joyce había huido junto a su mujer y estaba refugiado en una posada cercana a la frontera danesa. Un día vio a unos oficiales británicos buscando leña, y se ofreció a ayudarles. Les dijo en francés dónde podían encontrar algunos leños, y luego añadió unas palabras para sí en inglés. En ese momento, uno de los oficiales reconoció su voz. Cuando Joyce se llevó la mano al bolsillo para mostrarles su pasaporte falso, el oficial le disparó a la pierna.

 
Göring, uno de los que, a su manera, escapó a la justicia
 
 Se hace tarde y estoy cansado, así que voy a dejarme muchas cosas en el tintero. Pero os aseguro que el resto no tiene desperdicio: la vida en una Alemania en la que los americanos tenían prohibido confraternizar con los alemanes. La aparición de una nueva clase privilegiada desde el momento en que se pone fin a esa prohibición: alemanes que trabajan para los americanos. La campaña del editor judío británico Victor Gollancz contra la severidad del castigo al pueblo alemán. Los entresijos de los juicios de Nuremberg. Las maquinaciones de la URSS para ocupar puestos estratégicos con los llamados "moscovitas", es decir, comunistas alemanes que volvían de su exilio en la URSS, entre ellos el siniestro Walter Ulbricht, de quien ya hablé aquí. El nuevo objetivo prioritario de los EEUU: combatir el comunismo. La creación de la Stasi y la Juventud Libre Alemana, siguiendo los modelos de la Gestapo y las Juventudes Hitlerianas. La tensión entre las diferentes zonas ocupadas, y las primeras señales de una división del país. La apertura de las puertas de la OTAN a Alemania. La creación de la RDA y el inicio de la Guerra Fría...

Dresden, 1946.

Mientras esperaba bajo la lluvia al tranvía para el regreso, hablé con una pareja de refugiados, hombre y mujer, que llevan dieciocho días huidos. Venían de Checoslovaquia, traían noticias terribles. "El checo le quita al alemán la camisa y le azota con el rebenque", dice el hombre. Y la mujer, cansada, sentencia: "No nos podemos quejar. Nos lo hemos buscado". (Una mujer en Berlín)

Refugiados alemanes, civiles y militares, expulsados de Polonia y Checoslovaquia, se agolpan en la estación de tren  de Berlín.

Después del Reich es una lectura apasionante, larga e intensa, pero en absoluto agotadora. Giles MacDonogh consigue con este libro eso tan difícil que es escribir para el experto en Historia, para el bloguero diletante, y para el lector que simplemente quiere complementar sus conocimientos de la Historia con el lado menos conocido de esta.

Icónica imagen de la derrota. Hans Georg Henke, artillero de 16 años, al ser arrestado por el ejército americano. 

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